Verdad en guerra

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by John MacArthur
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by John MacArthur

Paperback(Spanish-language Edition)

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Overview

Ahora mismo, la Verdad se ve amenazada, y mucho está en juego. Los cristianos están entre los fuegos cruzados de historias cristianas alternativas, textos erróneos emergentes y la presión cultural de acabar para siempre con la Verdad absoluta. El resultado es que muchas iglesias y cristianos han sido engañados. Aun peor, ¡difunden el engaño que se hace pasar por la Verdad! En Verdad en guerra John MacArthur afirma la certeza inconmovible de la Verdad de Dios y estabiliza a los cristianos en las promesas eternas e inquebrantables que se encuentran en Su Palabra.


Product Details

ISBN-13: 9780899225425
Publisher: Grupo Nelson
Publication date: 05/27/2007
Edition description: Spanish-language Edition
Pages: 256
Product dimensions: 5.40(w) x 8.30(h) x 0.85(d)
Language: Spanish

About the Author

Dr. John MacArthur es un reconocido líder cristiano a nivel internacional. Es pastor y maestro de Grace Community Church en Sun Valley, California. Siguiendo los pasos de su padre, el doctor Jack MacArthur, John representa cinco generaciones consecutivas de pastores en su familia. El doctor MacArthur también es presidente de The Master's College and Seminary y se le escucha diariamente en «Gracia a Vosotros», una transmisión radial distribuida a nivel internacional. Él ha escrito y editado muchos libros, incluyendo el ganador del premio Medallón de Oro, La Biblia de Estudio MacArthur. Una de sus obras recientes es Jesús al descubierto.

Read an Excerpt

Verdad En Guerra


By John MacArthur

Grupo Nelson

Copyright © 2011 Grupo Nelson
All right reserved.

ISBN: 978-0-89922-542-5


Chapter One

¿Puede la verdad sobrevivir en una sociedad posmoderna?

Respondió Jesús: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz. Le dijo Pilato: ¿Qué es la verdad? —Juan 18.37-38

Si se considera quién estaba delante de él y la gravedad de las cuestiones que debía decidir, la actitud de Pilato fue sorprendentemente desdeñosa. Pero hizo una pregunta vital: ¿Qué es la «Verdad»?

Después de todo, ¿de dónde viene este concepto y por qué es tan básico para todo el pensamiento humano? Cada idea que tenemos, cada relación que cultivamos, cada creencia que sostenemos, cada certeza que conocemos, cada discusión que tenemos, cada conversación en la que nos involucramos y cada pensamiento que tenemos presupone que existe la «Verdad». La idea es un concepto esencial, sin el cual la mente humana no puede funcionar.

Aun si usted es uno de esos pensadores modernos que dice ser escéptico acerca de si todavía «verdad» es una categoría útil, para expresar esa opinión usted debe suponer que la verdad es significativa en algún nivel fundamental. Uno de los axiomas más básicos, universales e innegables de todo pensamiento humano es la necesidad absoluta de la verdad. (Y podemos agregar que la necesidad de la verdad absoluta es su propio corolario.)

Una Definición Bíblica

Entonces, ¿qué es la verdad?

Esta es una definición simple tomada de lo que enseña la Biblia: La verdad es lo que es coherente con la mente, voluntad, carácter, gloria y ser de Dios. Yendo más allá en el punto: La verdad es la propia expresión de Dios. Ese es el significado bíblico de verdad y es la definición que empleo a lo largo de este libro. Porque la definición de verdad fluye de Dios, la verdad es teológica.

La verdad también es ontológica, que es una extraña manera de decir que es como las cosas realmente son. La realidad es lo que es porque Dios lo declaró y lo hizo así. Por eso, Dios es el autor, fuente, determinante, gobernador, árbitro, máximo ejemplo y juez definitivo de toda verdad.

El Antiguo Testamento hace referencia al Todopoderoso como «Dios de verdad» (Deuteronomio 32.4; Salmos 31.5; Isaías 65.16). Cuando Jesús dijo de sí mismo: «Yo soy ... la verdad» (Juan 14.6, énfasis agregado), de ese modo Él estaba haciendo una profunda declaración acerca de su propia deidad. Él estaba aclarando también que toda «verdad» debe ser definida en términos de Dios y su eterna gloria. Después de todo, Jesús es «el resplandor de su gloria [la de Dios], y la imagen misma de su sustancia [su persona]» (Hebreos 1.3). Él es la verdad encarnada, la perfecta expresión de Dios y de ahí, la encarnación absoluta de todo lo que es verdad.

Jesús también dijo que la Palabra escrita de Dios es verdad. No contiene meramente trozos de verdad; ella es la pura, inalterable e inviolable verdad que (según Jesús) «no puede ser quebrantada» (Juan 10.35). Orando a su Padre celestial por sus discípulos Él decía esto: «Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad» (Juan 17.17). Además, la Palabra de Dios es verdad eterna «que vive y permanece para siempre» (1 Pedro 1.23).

Por supuesto que no pude haber ningún tipo de discordia o diferencia de opinión entre la Palabra escrita de Dios (Escritura) y la Palabra encarnada de Dios (Jesús). En primer lugar, la verdad por definición no se pude contradecir a sí misma. En segundo lugar, a la Escritura se la llama «La palabra de Cristo» (Colosenses 3.16). Es su mensaje, su misma expresión. En otras palabras, la verdad de Cristo y la verdad de la Biblia son del mismo carácter. Están en perfecto acuerdo en todo aspecto. Las dos son igualmente verdad. Dios se reveló a sí mismo a la humanidad mediante la Escritura y mediante su Hijo. Los dos encarnan perfectamente la esencia de qué es la verdad.

Recuerde que la Escritura dice también que Dios revela la verdad básica acerca de sí mismo mediante la naturaleza. Los cielos declaran su gloria (Salmos 19.1). Sus otros atributos invisibles (como son su sabiduría, poder y belleza) están en constante exposición en lo que Él ha creado (Romanos 1.20). El conocimiento de Dios es innato en el corazón humano (Romanos 1.19), y el sentido del carácter moral de su ley está implícito en cada conciencia humana (Romanos 2.15). Esas cosas son verdades universalmente evidentes. De acuerdo con Romanos 1.20, la negación de la verdad espiritual que conocemos innatamente siempre involucra una incredulidad deliberada y culpable. Y para los que se preguntan si la verdad básica acerca de Dios y su estándar moral están sellados en el corazón humano, se pueden encontrar abundantes pruebas a lo largo de la historia de la ley humana y de la religión. Ocultar esta verdad es deshonrar a Dios, desplazar su gloria y provocar su ira (vv. 19-20).

Hasta la sola interpretación infalible de lo que vemos en la naturaleza o lo que conocemos de manera innata en nuestras propias conciencias es la revelación explícita de la Escritura. Ya que la Escritura es también el único lugar donde se nos da el camino de salvación, la entrada al reino de Dios y el infalible relato de Jesús, la Biblia es el punto en común al que debería llevarse toda declaración de verdad y por la cual todo otro tipo de verdad debe finalmente ser medido.

Lo inadecuado de cualquier otra definición

Un corolario obvio de lo que estoy mencionando es que la verdad no significa nada separada de Dios. La verdad no puede ser explicada, reconocida, entendida o definida de manera adecuada sin tener a Dios como fuente. Ya que sólo Él es existente en sí mismo y eterno y sólo Él es el Creador de todas las cosas, Él es la fuente de toda verdad.

Si usted no cree esto, intente definir a la verdad sin referirse a Dios y fíjese cómo todas estas definiciones fallan. El momento en el cual empieza a ponderar la esencia de la verdad, es confrontado con el requisito de un absoluto universal, la realidad eterna de Dios. En cambio, el concepto total de verdad se torna sin sentido (y toda la imaginación del corazón del hombre por lo tanto se torna en completa necedad) tan pronto como las personas intentan eliminar el pensamiento de Dios de sus mentes.

Eso es precisamente como el apóstol Pablo señaló la inexorable decadencia de las ideas humanas en Romanos 1.21-22: «Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios».

También hay serias implicaciones morales cuando alguien trata de disociar a la «Verdad» del conocimiento de Dios. Pablo continuó escribiendo: «Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen» (Romanos 1.28). Abandone la definición bíblica de la verdad y el resultado inevitable será la iniquidad. Vemos que esto ocurre ante nuestros ojos en cada rincón de la sociedad contemporánea. De hecho, la ampliamente difundida aceptación de la homosexualidad, la rebelión y toda forma de iniquidad que vemos en nuestra sociedad hoy día es un cumplimiento textual de lo que dice Romanos 1 que siempre pasa cuando una sociedad niega y elimina la relación esencial entre Dios y la verdad.

Si usted piensa en este asunto con algún grado de sobriedad, pronto observará que aun las distinciones morales más fundamentales, lo bueno y lo malo, lo correcto y lo erróneo, la belleza y la fealdad o el honor y la deshonra, no pueden tener ningún significado verdadero o constante fuera de Dios. Eso es porque simplemente la verdad y el conocimiento en sí mismos no tienen significado coherente separados de una fuente establecida, llamada Dios. ¿Cómo podrían? Dios encarna la misma definición de la verdad. Cada pretensión de la verdad fuera de Él es absurda.

De hecho, los filósofos humanos han buscado por miles de años cómo explicar la verdad para el conocimiento humano separada de Dios. Todos los que lo intentaron, finalmente fracasaron. Esto ha llevado a un cambio siniestro en el pensamiento del mundo secular en años recientes. Aquí hago una pequeña reseña de cómo sobrevino el cambio: Los antiguos filósofos griegos simplemente asumieron la validez de la verdad y del conocimiento humano sin intentar hacer referencia a cómo sabemos lo que sabemos. Pero cerca de quinientos años antes de Cristo, Sócrates, Platón y Aristóteles empezaron a considerar los problemas de cómo definir al conocimiento, cómo descubrir si una creencia es verdad y cómo determinar si estamos realmente justificados para creer algo. Durante unos dos mil años, casi todos los filósofos más o menos suponían que el conocimiento es transmitido a través de la naturaleza, y expusieron un número de explicaciones naturalistas que intentan describir cómo la verdad y el conocimiento pueden ser comunicados a la mente humana.

Más adelante, a mediados del siglo diecisiete, en los albores de la así llamada ilustración, filósofos como René Descartes y John Locke comenzaron muy seriamente la lucha por resolver la pregunta de cómo adquirimos conocimiento. Esa brecha filosófica se conoció como epistemología, el estudio del conocimiento y cómo las mentes humanas perciben la verdad.

Descartes era un racionalista que creía que la verdad se conoce mediante la razón, comenzando con algunas verdades fundamentales y evidentes por sí mismas, y usando deducciones lógicas para crear estructuras de conocimiento más complejas sobre esa base. En cambio, Locke argumentaba que la mente humana comienza como una pizarra en blanco y que va adquiriendo conocimiento puramente mediante los sentidos. (El criterio de Locke se conoce como empirismo.) Emmanuel Kant demostró que ni la lógica ni la experiencia por sí solas (por lo tanto ni el racionalismo ni el empirismo) podrían explicar todo conocimiento humano. Él elaboró un criterio que combinaba elementos del racionalismo y del empirismo. G. W. F. Hegel sostuvo que el criterio de Kant era inadecuado y propuso un criterio más fluido de la verdad, negando que la realidad sea una constante. En cambio dijo que lo que es «Verdad», evoluciona y cambia con el avance del tiempo. La visión de Hegel abrió la puerta a muchos tipos de irracionalismo, representados como sistemas «modernos» de pensamiento comenzando desde las filosofías de Kierkegaard, Nietzche y Marx hasta el pragmatismo de Henry James.

De esta manera, elaboradas epistemologías fueron propuestas y desacreditadas una tras otra, como una larga cadena en la cual cada conexión anterior es rota. Después de miles de años, los mejores filósofos han fallado al considerar a la verdad y al origen del conocimiento humano separados de Dios.

De hecho, la lección más valiosa que la humanidad debería haber aprendido de la filosofía es que es imposible que la verdad tenga sentido sin reconocer a Dios como el punto de partida inevitable.

El gran «cambio del paradigma»

Últimamente, muchos intelectuales incrédulos han admitido que la cadena se ha roto y han decidido que el culpable de esto es lo absurdo de cualquier investigación sobre la «Verdad». En efecto, han abandonado esa búsqueda como algo totalmente vano. De esta manera, el mundo de ideas humanas se encuentra en una seria inestabilidad constante. En casi todo nivel de la sociedad, estamos siendo testigos de un profundo y radical «cambio del paradigma», una revisión a gran escala del modo en que las personas piensan acerca de la verdad misma.

Desafortunadamente, en vez de reconocer qué demanda la verdad, y ceder a la necesidad de creer en el Dios de verdad, el pensamiento occidental contemporáneo ha ideado el modo de librar por completo a la filosofía humana de cualquier noción coherente de la verdad. El concepto de verdad está por lo tanto bajo un fuerte ataque en la comunidad filosófica, el mundo académico y el reino de la religión mundana. La forma en que las personas piensan acerca de la verdad está siendo modernizada totalmente y el vocabulario del conocimiento humano completamente redefinido. Claramente, el objetivo es sacar toda noción de la verdad y echarla al olvido.

El objetivo de la filosofía humana solía ser la verdad sin Dios. Las filosofías de hoy están abiertas a la noción de Dios sin verdad, o para ser más preciso: La «espiritualidad» personal en la que cada uno es libre de crear su propio dios. La postura de dioses personales no pone en riesgo los propios deseos pecaminosos, porque ellos se adecúan a las preferencias personales de cada pecador y a nadie le formulan exigencias.

Este hecho subraya la verdadera razón de toda negación de la verdad: «los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas» (Juan 3.19). Aquí el Señor Jesús dice que las personas rechazan la verdad (la luz) por razones fundamentalmente morales y no intelectuales. La verdad es clara, demasiado clara. Revela y condena el pecado. Por eso, «todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas» (v. 20). Los pecadores aman su pecado, por lo tanto huyen de la luz, aun negando su existencia.

Por supuesto que la guerra en contra de la verdad no es algo nuevo. Comenzó en el Edén cuando la serpiente le dijo a la mujer: «¿Conque Dios os ha dicho ...?» (Génesis 3.1). Una batalla implacable ardió desde ese entonces entre la verdad y la falsedad, lo bueno y lo malo, la luz y las tinieblas, la seguridad y la duda, la creencia y el escepticismo, lo correcto y el pecado. Es un conflicto espiritual feroz que abarca literalmente toda la historia de la humanidad. Pero la ferocidad y la irracionalidad de este ataque violento parecen sin precedentes.

Las muchas ramificaciones que ha alcanzado este paradigma de cambio reciente ya son obvias. En la generación pasada y especialmente en las dos últimas décadas, hemos visto cambios convulsivos en los valores morales de la sociedad, la filosofía, la religión y las artes. El cataclismo ha sido tan profundo que la generación de nuestros abuelos (y prácticamente cada generación previa en la historia de la humanidad), nunca hubiera pensado que el panorama pudiera cambiar tan rápido. Casi ningún aspecto del quehacer humano ha dejado de ser afectado. La devoción tradicional y nominal hacia los estándares morales e ideales obtenidos de la Escritura está muriendo con la más antigua generación.

Muchos creen que el cambio del paradigma nos ha llevado desde la era de la «modernidad» a la próxima gran época del desarrollo del pensamiento humano: la era posmoderna.

La modernidad

La modernidad en términos sencillos, se caracterizó por la creencia de que la verdad existe y que el método científico es la única forma segura de determinar esa verdad. En la llamada era «moderna», la mayoría de las disciplinas académicas (filosofía, ciencia, literatura y educación) fueron manejadas por presuposiciones racionalistas. En otras palabras, el pensamiento moderno trató a la razón humana como el árbitro final de qué es lo verdadero. La mente moderna descartó la idea de lo sobrenatural y se inclinó hacia explicaciones racionalistas y científicas para todas las cosas. Pero los pensadores modernos mantenían su creencia de que era posible conocer la verdad. Todavía estaban en busca de las verdades universales y absolutas que se aplicaban a todo el mundo. Las metodologías científicas se convirtieron en el método principal con el que las personas modernas buscaron obtener ese conocimiento.

Esas suposiciones dieron origen al darwinismo, el cual engendró una serie de ideas humanistas y puntos de vista del mundo. Los más importantes entre ellos fueron algunos ateos, racionalistas, filósofos utópicos, que incluyen el marxismo, el fascismo, el socialismo, el comunismo y el liberalismo teológico.

Las repercusiones devastadoras del modernismo se sintieron en todo el mundo en muy poco tiempo. Varias luchas entre esas ideologías (y otras como ellas) dominaron el siglo veinte. Todas fallaron. Después de dos guerras mundiales, interminables revoluciones sociales, tensión civil y una guerra fría larga e ideológica, la modernidad fue declarada muerta por muchas personas en el mundo académico. La caída del muro de Berlín, uno de los monumentos más apropiados e imponentes para la ideología moderna, marcó la muerte simbólica de la era moderna. Ya que el muro fue una expresión concreta de la visión utópica equivocada del mundo acerca de la modernidad, su demolición repentina fue también un símbolo perfecto de su fracaso.

(Continues...)



Excerpted from Verdad En Guerra by John MacArthur Copyright © 2011 by Grupo Nelson. Excerpted by permission of Grupo Nelson. All rights reserved. No part of this excerpt may be reproduced or reprinted without permission in writing from the publisher.
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Table of Contents

Contents

Introducción: Por qué vale la pena pelear por la verdad....................ix
1. ¿Puede la verdad sobrevivir en una sociedad posmoderna?....................1
2. Guerra espiritual: Deber, peligro y triunfo garantizado....................27
3. Constreñido ante el conflicto: ¿Por qué debemos pelear por la fe?....................52
4. La apostasía en aumento: Cómo los falsos maestros se introducen a hurtadillas....................78
5. La sutileza de la herejía: Por qué debemos permanecer atentos....................97
6. Lo perjudicial de la falsa doctrina: Cómo el error convierte la gracia en libertinaje....................119
7. El ataque a la autoridad divina: La negación del señorío de Cristo....................144
8. Cómo sobrevivir en tiempos de apostasía: Aprender de las lecciones de la historia....................165
Apéndice: Por qué el discernimiento está fuera de moda....................185
Notas....................217
Acerca del autor....................225
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